Alma Gloria Chávez
“Con respeto y gratitud
para todas las mujeres que en mi vida,
han sido y son ejemplo de participación decidida.”
“Todos los grandes cambios de la humanidad han empezado con un individuo que se lo
propone”, escribe Sara Sefchovich en una de sus obras, parafraseando a David Borenstein. Y
cuenta, como historiadora y socióloga que es, que son esas personas que se niegan a que las cosas
sigan igual, las que un buen día deciden actuar, para cambiarlas. Un ejemplo de ellas, la señora
Rosa Parks, mujer afrodescendiente, que se negó a dejar su lugar en el autobús, a un hombre
blanco. “Ella sola, sin pancarta, con sus gafas, con ancha sonrisa, con las manos de trabajadora
quietas sobre el regazo, dijo que no. Y esa tersa negativa fue mucho más poderosa, porque una
persona sola, una mujer, se había atrevido a ejercerla.”
Aquí en México, seguramente pequeñas historias como la descrita, llegaron a sumar las
suficientes, para que en las páginas de nuestra historia quedaran plasmados acontecimientos y
fechas importantes que nos han llevado a conmemorar, cada 17 de octubre, el “día en que se nos
‘otorgó’ el derecho a votar”. Personalmente, yo cambiaría esta frase, acuñada desde la lógica
paternalista, para afirmar que fueron las disidencias femeninas las que lograron arrebatar a la
sociedad masculinizada de la época, un elemental derecho “de nacimiento”.
La participación femenina en las distintas etapas en la vida de la Nación, mediante luchas en
las que han dejado la vida muchísimas mujeres y que con frecuencia han sido soslayadas o
minimizadas por la historiografía oficial, han traído como consecuencia que ahora hablemos de
derechos específicos de género y aspiremos a conformar una nación incluyente, justa y
verdaderamente democrática.
Nuestra historia menciona que fue a principios del siglo veinte, cuando las mujeres de la clase
media ilustrada y las obreras, aparecieron con más presencia en el mundo de “lo público” y, por
tanto, con mayores elementos para cobrar conciencia de su situación de género y de clase.
En ese contexto, las grandes depresiones mundiales empujaron materialmente a las mujeres a
incorporarse al mercado laboral y al sentirse capaces de producir riqueza económica y no sólo
hijos/as, o casas limpias y alimentos, las mujeres empezaron a acercarse a la vida del país; a
integrarse en organizaciones y movimientos sociales y sobre todo en aquellos que luchaban por
demandas específicas de género. Ya se conocían, por estos lares, las valientes luchas de las
obreras en Nueva York y sus logros.
Durante los años 40’s del siglo veinte, las maestras mexicanas fueron las protagonistas
principales de esas demandas (e género), ya que su participación laboral las hizo conscientes de la
evidente desigualdad ante los compañeros varones y así se convirtieron en la avanzada del
cambio. También las obreras tuvieron un papel significativo, ya que en el Congreso Obrero de
1876, se había planteado la necesidad de luchar por la dignificación del género, a causa de la doble
jornada y el consecuente descuido hacia hijos e hijas.
Durante el período Cardenista, entre 1935 y 1938, los grupos de mujeres encontraron un
cauce adecuado de expresión: el Frente Único poro Derechos de la Mujer, que agrupó a mujeres
obreras, de clase media y alta; ilustradas y analfabetas; católicas y comunistas, llegando a alcanzar
un número aproximado de 50,000 organizadas en 25 secciones. El Frente era independiente del
Estado y llegaron a tener una claridad teórica: “El problema de la mujer no es sólo de clase; con la
clase trabajadora, las mujeres tenemos causa común y causa diferente”.
Y hubieron de pasar varios años más para que, como una necesidad política evidente, fuera
otorgado el derecho al sufragio, norma básica para equiparar a la mujer jurídicamente con el
hombre y para que el Estado se modernizara. Miguel Alemán “lo permitió” en 1947 para los
comicios municipales y Adolfo Ruiz Cortines para los nacionales en 1953. Muchos políticos que
pusieron obstáculos para que las mujeres sufragaran en el período cardenista, ahora lo
justificaban claramente, de acuerdo con una línea de crecimiento capitalista que requería la
igualdad legal de los individuos, cuando además las naciones más desarrolladas incluían el voto
femenino entre sus normas fundamentales.
Hoy, con la inspiración del movimiento internacional de las mujeres, entendemos que nuestro
sufragio (no sólo el femenino) debe ir respaldado por los principios ciudadanos que nos permiten
normar las relaciones sanas, justas y equitativas en la familia, en el trabajo y en la comunidad.
Primeramente, entendiendo que más allá de las diferencias ideológicas que tanto nos separan
(sobre todo en tiempos electorales), cada una de nosotras tenemos la posibilidad de contribuir en
la construcción de políticas que nos permitan alcanzar una vida mejor, porque al ejercitar la
ciudadanía (la participación consciente) se tiene el poder en las manos para actuar y defender los
derechos propios y de lxs demás, dejando de lado la idea de que los problemas sociales,
económicos, ambientales y políticos que nos agobian cada día, son sólo responsabilidad del
gobierno y que sólo él los resolverá.
Los tiempos exigen cambios y nosotras contribuimos para hacerlos posibles. Recordemos que
somos las personas, la gente, la comunidad, quienes podemos y debemos proponer
modificaciones en la forma de gobierno, pudiendo además exigir a los gobernantes un informe de
sus acciones, conforme a derecho. Igualmente, tenemos el deber y derecho de opinar sore las
formas en que se gobierna y lo que se hace (preferentemente de manera constructiva); de
expresar ante nuestros representantes propuestas y sugerencias y exigir la erradicación de
cualquier forma de autoritarismo y corrupción en su ámbito de trabajo. Para eso Votamos.
En el país ha comenzado, por primera vez en la historia, el gobierno de una mujer: la doctora
Claudia Sheinbaum. Esto significa que muchas personas estarán vigilantes de su actuar al frente
del gobierno: un gobierno que desde que tenemos memoria, ha sido controlado por poderes
hegemónicos, autoritarios, con buenas dosis de clasismo, racismo y misoginia. Y entendemos por
qué hoy, al sentirse desplazados (aún ocupando puestos institucionales), se revuelven en su propia
violencia, descalificación y desesperación. No sólo se observará su manera de organizar la
administración pública, sino también el modo en que, como mujer, ejercerá la autoridad máxima
en este país. Sin embargo, para un número significativo de personas y comunidades de la Nación,
coincidimos en la esperanza de que la Presidenta gobierne como la Mujer que es: con fuerza,
inteligencia y “pasando sentimientos, desde el Corazón”. Lo queremos para nuestra Matria.